Había una vez un rey, que veía como que se acercaba el día de su muerte y su reino seria traspasado a su hijo.

El rey hacía tiempo que intentaba transmitirle una importante lección, ésta había sido clave en los momentos más difíciles, permitiéndole reinar con firmeza y conseguir la paz y la armonía del reino. Pero por alguna razón el joven príncipe no acababa de entender lo que su padre le decía.

Sí, padre comprendo que para ti es muy importante el equilibrio, pero creo que es más importante la astucia y el poder.

Un día al rey se le ocurrió una idea para transmitirle esa lección a su hijo y convoco un concurso de pintura por todo su reino.

Convoco un concurso de pintura. Quiero que llegue a todos los rincones del reino, que se dará un gran premio a la mejor pintura que represente la serenidad y el equilibrio, dijo en su corte.

Debéis acoger todas las obras que lleguen, por extrañas o feas que os parezcan, les dijo a los encargados de recoger las obras.

Acudieron maravillosas obras de todos los lugares del reino, había obras bellísimas que mostraban mares en calma, cielos azules, paisajes tranquilos y serenos que transmitían calma y paz.

Llegó el día en que el rey tenía que proclamar el vencedor y acompañado de sus hijos y grupo de nobles, se dirigió al salón donde estaban expuestos. A medida que el rey iba mirando las obras su decepción se reflejaba en el rostro.

Majestad, ¿es que no os satisface ninguna de estas obras?, pregunto un noble.

Sí, si son muy hermosas, de eso no cabe duda, pero hay algo que a todas les falta.

De pronto el rey se fijo en un cuadro que estaba en un rincón.

¿Qué hace ese cuadro apartado?

Majestad ese cuadro ha debido pintarlo un demente, siguiendo vuestras ordenes, lo aceptamos, pero evidentemente no refleja lo que vos pedíais.

El rey se acercó al cuadro, lo alzo, lo miro atentamente y dijo.

Este es el cuadro ganador.

Los nobles se miraron y le dijeron al rey:

Majestad, ¿Qué veis en ese cuadro para declararlo ganador? Es un cuadro pintado en tonos oscuros, con poca luz, el mar está revuelto por la tempestad y hay enormes olas que golpean con violencia las rocas del acantilado. El cielo está totalmente cubierto de nubarrones. No refleja serenidad y equilibrio como vos pedisteis. Dijo el príncipe.

Es que no lo habéis visto bien. Acercaros más y mirar con atención.

El joven príncipe y los nobles se acercaron y el rey les señalo entre las rocas un pequeño nido, allí había un pájaro recién nacido y su madre dándole de comer, totalmente ajenos a la tormenta que les rodeaba.

Esa es la lección que quiero que aprendas, le dijo al príncipe. La serenidad no surge de vivir en las circunstancias ideales, como en los otros cuadros. La serenidad es la capacidad de mantener centrada tu atención en aquello que es prioritario, en medio de la dificultad.